A finales del año pasado se publicó en El País Semanal un ensayo fotográfico con algunas de mis imágenes y un a breve introducción sobre la filosofía que hay detrás de mi trabajo.
Comparto con vosotros este el texto principal y las miniaturas de las cuatro dobles páginas:
«La mochila se me clava en los hombros y me hace sentir cada uno de los veintidós kilos del pesado equipo fotográfico que llevo encima. He perdido la cuenta del número de veces que he visitado esta remota zona desértica de Nuevo Méjico. A pesar de ser una de las más fantásticas localizaciones que conozco, hasta ahora no he conseguido fotografiarla con una luz que esté a la altura de su carácter único. Pero tengo la intuición de que hoy va a ser el día. La NOAA anuncia fuertes tormentas en la zona y las nubes se empiezan a volver más densas y oscuras sobre mí. Tengo que apurar la marcha. Esta vez no se me puede escapar… estoy en la época del monzón.
Después de casi tres décadas viajando con mi cámara y mi trípode por el ancho mundo, me he dado cuenta de que la habilidad que me ha resultado más difícil de cultivar como fotógrafo es la paciencia. Perseverar en la búsqueda de patrones que me permitan transformar en armonía el aparente caos que reina en la Naturaleza. Lo cual añade el ingrediente menos valorado, pero el más importante en la fotografía de paisaje: el tiempo. Tiempo para observar, tiempo para comprender las cualidades de la luz, la influencia de las estaciones y de la meteorología y sobre todo tiempo para entender la esencia del paisaje.
En una época en la que necesitamos colmar con insana inmediatez nuestros anhelos, esto significa estar dispuesto a regresar a casa con las manos vacías, aún a pesar de las interminables caminatas cargado más allá de toda comodidad, de inhumanos madrugones, de sufrir tórridas temperaturas en el desierto, o el gélido aliento del invierno polar. Y todo esto casi siempre en soledad. Una soledad que me permite sincronizarme con la cadencia de las olas rompiendo contra el acantilado, que me ayuda a escuchar la polifonía del viento que anuncia la tormenta creciendo sobre el horizonte.
Gracias a esta perseverancia hay ocasiones en las que el azar se pone de mi parte. Es ese instante en el que todo encaja y un paisaje único es iluminado por una luz extraordinaria. Cuando el rayo se despliega en fractales en el lugar preciso y las nubes pintan el lienzo del cielo con la pericia del experto pintor. Y yo soy un humilde testigo, cuyo papel es congelarlo en una imagen irrepetible, levantando acta como un notario de la luz. En ese momento revelador cobra sentido todo el esfuerzo, los días, meses e incluso años de intentos sin fruto. Ese efímero momento que trasciende con aspiraciones de eternidad gracias a la magia de la fotografía.
Ya es casi de madrugada cuando llego a mi tienda de campaña, tan mojado y lleno de barro como feliz, conocedor de que llevo la imagen soñada en mi cámara.»